¿De qué hablamos cuando hablamos de estrés?
Contrariamente, a lo que comúnmente se cree, el estrés no es una respuesta cognitiva a las circunstancias del ambiente sino una respuesta fisiológica inespecífica y adaptativa del organismo, propia de todos los seres vivos.
El estrés, se trata
de un conjunto de mecanismos físicos dados en tres sistemas: el sistema
nervioso central (encargado de controlar las funciones involuntarias de nuestro
cuerpo); el endócrino (encargado de la secreción de hormonas); y el
neuroendocrino (relacionado con las interacciones entre el sistema nervioso y el sistema endocrino). Estos tres sistemas, provocan transformaciones
fisiológicas como: la contracción de los músculos, el aumento de la circulación
sanguínea y el ritmo de la respiración, la segregación de jugos gástricos para
la digestión, etc. Es inespecífica
porque se da en todos los seres vivos de igual modo, y adaptativa porque su
función es preparar a nuestro organismo fisiológicamente para permitir la
conducta y enfrentarnos a las circunstancias del entorno.
Lo que varía en la respuesta de estrés entre animales y seres humanos, es el procesamiento cognitivo. El mismo, se da a nivel tanto racional como emocional y está relacionado con la valoración subjetiva que realizamos acerca de un estímulo determinado y de los recursos con los que contamos para enfrentarnos al mismo.
Existen dos tipos estrés:
- Estrés Agudo: aquel que frecuentemente se denomina como ‘bueno’, que se trata de una respuesta fisiológica normal adaptativa que se da en un periodo de corto plazo.
- Estrés Crónico: normalmente entendido como ‘estrés malo’ o distrés, que está relacionado con el agotamiento fisiológico producido cuando la respuesta de estrés es sostenida a largo plazo. El mismo se considera patológico cuando produce manifestaciones que pueden derivan en dificultades físicas, psicológicas o sociales que afectan la vida funcional del individuo en su vida cotidiana, como lo son: el cansancio extremo, la pérdida de la concentración, la irritabilidad, la ansiedad, dolores de cabeza, malestar estomacal, hipertensión, alteraciones en el sueño, entre otras.
Hay diversas estrategias que pueden incorporarse en la vida cotidiana para evitar alcanzar el estado de agotamiento fisiológico. Algunas de ellas:
Establecer prioridades
Es importante distinguir las actividades que son
prioritarias de las que no lo son.
Hacer esto, permite establecer un cierto orden respecto de las mismas y lograr
una mejor planificación de nuestro tiempo, evitando así sentirnos abrumados
ante fechas límites, frustrados/as por no lograr los objetivos propuestos, y
dedicar demasiada energía a cuestiones que no lo merecen. Una técnica visual y
muy práctica para hacer esto, es mediante el uso de lápiz o papel o algún
dispositivo electrónico que permita la escritura de notas. La idea es, en
primer lugar discernirlas por grado de prioridad y luego, en qué plazo van a
intentar cumplirse.
Aprender a decir que
‘NO’ sin sentirse culpable
Reconocer nuestros límites físicos, emocionales y
temporales es imprescindible a la hora de preservar nuestra salud mental y
orgánica. Asumir responsabilidades en exceso, puede conducir no sólo al
agotamiento fisiológico sino también contribuir a una sensación psíquica de
agobio.
Actuar de manera selectiva y acostumbrarse a practicar
la asertividad ante las demandas externas es también una herramienta
fundamental para moderar nuestro nivel de estrés.
Actividades que promuevan la relajación física y mental
El ejercicio físico; las técnicas de respiración; el
yoga; la práctica de Mindfulness o atención plena; participar de eventos
sociales; leer; e inclusive aquellas actividades relacionadas con la
creatividad como el arte, son de suma utilidad para mantener un equilibrio
entre las responsabilidades diarias y el disfrute.
Una alimentación
balanceada, nutritiva y saludable
Alimentarse
saludablemente implica ingerir una gran variedad de alimentos que proporcionen
los nutrientes necesarios que necesita el organismo para poder funcionar
adecuadamente. Las porciones deben siempre mantenerse en proporciones adecuadas
con la masa corporal; la edad, género, contextura física y el estilo de vida.
Buen dormir
Procurar la obtención de suficientes horas de descanso en un lugar tranquilo, cómodo y preferiblemente sin estímulos sonoros o lumínicos; evitar la asociación de la cama con actividades que no resulten relajantes; desarrollar y mantener una rutina de sueño estable; evitar las discusiones y las situaciones estresantes antes de ir a dormir permite que nuestro organismo pueda restablecer su homeostasis.
Diana Rios
Ayudante de
Gabinete Terapéutico – Docente de TESOL/ TEFL y Español - Amplia experiencia
nacional e internacional en el ámbito educativo
Contacto:
Instagram: @diana_rios8653
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