El big data ya es una realidad asumida. Se trata de una revolución que influye en las actividades sociales, económicas y culturales que ofrece a las personas, empresas privadas y entidades públicas numerosas expectativas para entender y modelar patrones de conducta, y ayudar a la toma de decisiones que se determinen por los algoritmos construidos por los datos y no por las decisiones humanas.
Aunque parezca risible o “tirado de los cabellos” los algoritmos pueden decidir por los seres humanos. Por ejemplo, en el caso de la administración pública es posible que el desarrollo de los algoritmos, con base en los datos, se enfoque con mayor énfasis en la objetividad y en la aspiración de eliminar (o minimizar) la injusticia, la ineficiencia, la corrupción y la discriminación.
El big data como concepto se refiere al manejo de mucho volumen de información. Un aporte a este flujo de datos son las redes sociales y el empleo de la Internet, pero no son los únicos medios.
Resulta evidente que el big data, como un proceso de análisis de volúmenes masivos de datos para la búsqueda de pruebas de forma rápida y a un costo razonable, puede contribuir con el buen desarrollo y las buenas prácticas en las entidades públicas.
La clave, entonces, de este fenómeno digital es su aporte en la identificación, prevención e investigación de actividades fraudulentas. De esta manera, será posible minimizar las pérdidas financieras en favor de la transparencia pública.
En conclusión, ¿qué falta para emplear el big data como una útil herramienta de autocontrol en la administración pública? Invertir (puede autofinanciarse porque su retorno de inversión es muy elevado) y voluntad para utilizarla.
El Director
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